Los Bahá’ís de los Estados Unidos nos unimos a nuestros conciudadanos en un profundo dolor por la muerte de George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Arbery y tantos otros cuyas vidas fueron repentinamente tomadas por terribles actos de violencia. Estas violaciones desgarradoras contra otros seres humanos, debido solo al color de su piel, han profundizado la consternación causada por una pandemia cuyas consecuencias para la salud y el sustento de las personas de color han sido desproporcionadamente severas. Esto ha sucedido en un contexto de injusticia racial de larga data en prácticamente todos los aspectos de la vida en los Estados Unidos. Queda claro que el prejuicio racial es el problema más vital y desafiante que enfrentamos como país.
Sin embargo, en medio de estas tragedias, también hay signos de esperanza. Innumerables ciudadanos se han levantado para proclamar la verdad de que somos una nación y para exigir acciones específicas para abordar las desigualdades generalizadas que durante demasiado tiempo han moldeado nuestra sociedad. Nos acordamos de quienes aspiramos ser como personas, y estamos decididos a hacer un cambio para mejor. Este momento nos invita a un renovado cometido para realizar el ideal de E Pluribus Unum — de muchos, uno— el ideal sobre el cual se fundaron los Estados Unidos.
La creación de una sociedad justa comienza con el reconocimiento de la verdad fundamental de que la humanidad es una. Pero no es suficiente simplemente creer esto en nuestros corazones. Crea el imperativo moral de tomar acción y mirar todos los aspectos de nuestra vida personal, social e institucional a través del lente de la justicia. Implica un reordenamiento de nuestra sociedad más profundo que cualquier cosa que hayamos logrado hasta ahora. Y requiere la participación de los ciudadanos en este país de todas las razas y orígenes, ya que solo a través de tal participación inclusiva pueden surgir nuevas direcciones morales y sociales.
Cualquiera que sea el resultado inmediato de las manifestaciones actuales, la eliminación del racismo requerirá un esfuerzo sostenido y concertado. Una cosa es protestar contra formas particulares de injusticia. Es un desafío mucho más profundo crear un nuevo marco para la justicia. Nuestros esfuerzos solo pueden tener éxito cuando aprendemos a construir relaciones unos con otros basados en la amistad sincera, el respeto y la confianza que, a su vez, se convierten en los pilares de las actividades de nuestras instituciones y comunidades.
Es esencial para nosotros unir las manos en un proceso de aprendizaje para crear modelos de lo que queremos ver en cada dimensión de la vida en los Estados Unidos, a medida que aprendemos a aplicar el principio de la unidad a través de la participación práctica y la experiencia. Hacia este fin, ofrecemos los siguientes pensamientos.
Un elemento esencial del proceso será el discurso honesto y veraz sobre las condiciones actuales y sus causas, y la comprensión, en particular, de las nociones profundamente arraigadas contra los negros que impregnan nuestra sociedad. Debemos desarrollar la capacidad de escuchar y reconocer verdaderamente las voces de quienes han sufrido directamente los efectos del racismo. Esta capacidad debe manifestarse en nuestras escuelas, los medios de comunicación y otros ámbitos cívicos, así como en nuestro trabajo y relaciones personales. Esto no debe terminar en palabras, sino conducir a una acción significativa y constructiva.
Ya se están realizando esfuerzos significativos para aprender a crear modelos de unidad en vecindarios y comunidades en todo el país. Los Bahá’ís han estado involucrados persistentemente en tales esfuerzos por muchos años. El objetivo no es la unidad en la similitud —es la unidad en la diversidad. Es el reconocimiento de que todos en esta nación tienen un papel que desempeñar para contribuir al mejoramiento de la sociedad, y que la verdadera prosperidad, material y espiritual, estará disponible a todos en la medida en que cumplamos con este principio. Debemos descubrir seriamente qué es lo que se está haciendo, qué realmente ayuda a marcar la diferencia y por qué. Deberíamos compartir este conocimiento en todo el país como un medio para inspirar y ayudar al trabajo de otros. Si hacemos esto, pronto podríamos encontrarnos en medio de una transición masiva hacia la justicia racial.
La religión, una fuente perdurable de perspicacia sobre el propósito y la acción del ser humano, tiene un papel clave que desempeñar en este proceso. Todas las comunidades de fe reconocen que somos esencialmente seres espirituales. Todos proclaman alguna versión de la «Regla de Oro» —amar a los demás como a nosotros mismos. Tomemos, por ejemplo, el siguiente pasaje de los Escritos Bahá’ís en las que Dios se dirige a la humanidad:
¿Acaso no sabéis por qué os hemos creado a todos del mismo polvo? Para que ninguno se enaltezca a sí mismo por encima de otro. En todo momento ponderad en vuestro corazón cómo habéis sido creados. Puesto que os hemos creado a todos de una misma substancia os incumbe ser como una sola alma, caminar con los mismos pies, comer con la misma boca y habitar en la misma tierra para que mediante vuestros hechos y acciones se manifiesten los signos de la unicidad y la esencia del desprendimiento desde vuestro más íntimo ser.
Comprender y creer firmemente que todos somos hijos de Dios nos proporciona acceso a inmensos recursos espirituales, motivándonos a ver más allá de nosotros mismos y a trabajar de manera constante y sacrificada frente a todos los obstáculos. Nos ayuda a garantizar que el proceso sea consistente con el objetivo de crear comunidades caracterizadas por la justicia. Nos da la fe, la fuerza y la creatividad para transformar nuestros propios corazones, ya que también trabajamos para la transformación de la sociedad.
Nosotros creemos que las tribulaciones que ahora abarcan gran parte del mundo son los síntomas de la falta de la humanidad de comprender e interiorizar nuestra unidad esencial. Las amenazas interrelacionadas del cambio climático, la discriminación de género, los extremos de la riqueza y la pobreza, la distribución injusta de los recursos, y similares, todos se derivan de esta deficiencia y nunca puede resolverse si no nos concientizamos de nuestra dependencia mutua. El mundo se ha contraído como un vecindario, y es importante apreciar que lo que hacemos en los Estados Unidos impacta no solo a nuestro propio país, sino a todo el planeta.
Tampoco debemos olvidar que la riqueza de nuestra diversidad y nuestros ideales fundacionales de la libertad y la justicia atraen a los ojos del mundo sobre nosotros. Ellos serán influenciados por lo que logremos, o no logremos, en este respecto. No es una exageración decir que la causa de la paz mundial está vinculada a nuestro éxito en resolver el problema de la injusticia racial.
La unidad de la humanidad es la base de nuestro futuro. Su realización es la siguiente etapa inevitable en nuestra vida en este planeta. Reemplazaremos una sociedad mundial basada en la competencia y el conflicto, e impulsada por el materialismo desenfrenado, con una fundada en nuestro mayor potencial de colaboración y reciprocidad. Este logro marcará la llegada de la madurez universal de la raza humana. Cuan pronto lo logremos y con qué facilidad dependerán del cometido que demostremos con este principio fundamental.
Hemos llegado a un momento de gran conciencia pública y rechazo de la injusticia. No perdamos esta oportunidad. ¿Nos comprometeremos con el proceso de formar «una unión más perfecta»? ¿Seremos guiados por «los más angelical de nuestra naturaleza» para elegir el sendero de la sabiduría, el coraje y la unidad? ¿Elegiremos convertirnos realmente en aquella «ciudad en el monte» para servir de inspiración a toda la humanidad? Unamos entonces las manos en dedicarnos al camino de la justicia. Juntos seguramente lo podemos lograr.
Bahá’u’lláh dijo: «Tan potente es la luz de la unidad que puede iluminar el mundo entero.» Que dicha luz se vuelva más brillante con cada día que pase.
ASAMBLEA ESPIRITUAL NACIONAL
DE LOS BAHÁ’ÍS DE LOS ESTADOS UNIDOS